Con este título tan curioso se resume mi jornada de este finde. tan épica como ridícula y es que tengo sentimientos encontrados al respecto, pero desde luego me ha venido bien.
Tras varias semanas planeando con Manu una visita al Delta para reunirnos con las ovejas, Alejandro y yo decidimos finalmente bajar a visitar a Manu a su zona, como siempre, cegados por las sirenas de doradas (luego me quejo de que este año no he ido al llobarro jejeje).
Al final se vino Vicente, así que fue una odisea meter todo en el coche (tampoco por su culpa, porque Alejandro y yo parecía que nos íbamos de casa),
Llegamos a la playa y estaba sembrada de cañas, así que nos comimos una señora caminata hasta el sitio (no os podéis imaginar la de trastos que llevamos...)
Montamos con ganas y pasamos la tarde el sábado pescando con bastante tranquilidad ya que la actividad fue nula, solo vimos sacar un par de doradas al vecino mientras que el resto de la playa nos aburrimos bastante.
Empezó a caer el sol y nos pusimos en serio a buscarlas con todos los cebos y en todas las distancias sin resultado alguno, ni tan siquiera una picada... A media noche llevábamos 9 horas pescando y no podía más, el sueño y el frío pudieron conmigo (soy tan desgraciado que lo único que me olvidé fue la chaqueta... ya me podría haber dejado en casa el esparadrapo jejeje) así que decidí acostarme hasta que amaneciera.
Por no mentir diré que tuve una picada, un tanto extraña, pues vimos la picada en la caña de Alejandro, mientras recogía pensábamos que se había liado con una mía (extraño porque había otra caña en medio y no se movía) para al final soltarnos y sacar cada uno su caña (habiendo sentido los 2 peso al recoger)... resultado, solo estaba picada la mía... la que lió esa dorada para nada...
Si dijera que pasé una mala noche me quedaría bastante corto, cierto que dormí mal y pasé frío, pero es que el temporal que se levantó me hizo pensar en algunos momentos que podía salir volando la tienda... impresionante...
Sobre las 6:30 me levanté y todavía levantaban un metro las olas, tras desayunar y escuchar las batallitas del temporal, empezamos a buscarlas de nuevo.
Aguantó un par de horas con olas de medio metro, pero hacía mediodía volvió a ponerse fuerte... así que con bastante frustración decidimos dar por finalizada la jornada y volver a casa para, al menos, llegar a tiempo para la paella de consolación.
Al menos pude volver a ver a Manu tras unos meses, ya que tuvo el detalle de acercarse a saludar cuando terminó su jornada.
Larga y pesada fue la vuelta a casa, sin duda lo peor del finde, pese al pésimo resultado una jornada curiosa por muchas razones y satisfactoria para mi, después de tantas semanas sin salir una 24h te deja molido y con una sonrisa de oreja a oreja cuando piensas en ella.
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